¿Cuál es nuestra verdad?
Mi memoria me sitúa en varios escenarios de la vida íntima familiar, de mis amistades y también de la nación y un país que en un instante lo vi como paralizado, aturdido y lleno de temor por los acontecimientos estrepitosos que ocurrían en el corazón de las familias chilenas, sí, allí, en la casa de todos los chilenos, la Moneda. Como un cristal que se triza en múltiples grietas producto de un fuerte impacto sin aviso y sin motivo más que el odio de unos pocos, el oportunismo y egoísmo de los de siempre, los saqueadores de una casa ordenada, pero agitada por aquellos que no podían figurar por su integridad sino más bien por su hipocresía o el fraude.
Durante los años en dictadura sentía y masticaba la injusticia aplicada por el régimen, que en mis tiempos de niño y adolescente me permitieron adoptar una posición distinta a los que se sentían triunfadores por haber derrotado según ellos el caos. Pero siempre supe que ellos sabían que lo que habían logrado fue imponer la prevaricación por sobre la justicia, la transgresión por sobre la obediencia a la ley, lo malo por sobre lo bueno, la fuerza por sobre la razón y el sentimiento. Sí, siempre se empecinaron en el engaño para mantenerse en el poder ilegítimo, pero además contaron con miles de balas que traspasaron y quebrantaron a tantos corazones de hombres, niños y mujeres valientes que no titubearon para expresar su oposición a esa sombra que es la injusticia y la hipocresía de cobardes como el dictador, que más que general llegó a ser como un soldado de plomo que a cierta temperatura se derritió y desapareció, por fin.
A los diez años conocí la cárcel porque ahí visité a uno de mis hermanos mayores, detenido justo la noche del golpe, en Valdivia. Rato antes escuchaba a mi madre que decía muy preocupada y nerviosa, ¡mataron al Presidente!, lo mataron en la moneda, murió el Presidente Allende. ¡Chicos, no salgan a la calle!. Mi hermano hoy sufre de sus riñones producto de culatazos y torturas. Mi padre sufre de carencias materiales por una vergonzosa jubilación que le otorgó el estado recién salvado. Esos años de escasez y pobreza los recuerdo bien, como los que vivieron tantos chilenos. Años de silencio, de miedo, de muchos disparos de patrullas y soldados vigilantes, representantes y al mando de un hipócrita que hoy es cenizas.
La realidad ha pasado como un sueño, pero no para todos, muchos no podrán despertar de la terrible pesadilla de no saber ni encontrar a los suyos, vagando en busca de respuestas, respuestas que se fueron con las cenizas de un traidor y cobarde paladín de la mentira y el odio. Qué pena, pero ese vacío es la resultante de su terrible existencia.
Luis Barrientos
E-Mail: luisbarrientoscor@gmail.com
Tel{efono: 83168997
Mi memoria me sitúa en varios escenarios de la vida íntima familiar, de mis amistades y también de la nación y un país que en un instante lo vi como paralizado, aturdido y lleno de temor por los acontecimientos estrepitosos que ocurrían en el corazón de las familias chilenas, sí, allí, en la casa de todos los chilenos, la Moneda. Como un cristal que se triza en múltiples grietas producto de un fuerte impacto sin aviso y sin motivo más que el odio de unos pocos, el oportunismo y egoísmo de los de siempre, los saqueadores de una casa ordenada, pero agitada por aquellos que no podían figurar por su integridad sino más bien por su hipocresía o el fraude.
Durante los años en dictadura sentía y masticaba la injusticia aplicada por el régimen, que en mis tiempos de niño y adolescente me permitieron adoptar una posición distinta a los que se sentían triunfadores por haber derrotado según ellos el caos. Pero siempre supe que ellos sabían que lo que habían logrado fue imponer la prevaricación por sobre la justicia, la transgresión por sobre la obediencia a la ley, lo malo por sobre lo bueno, la fuerza por sobre la razón y el sentimiento. Sí, siempre se empecinaron en el engaño para mantenerse en el poder ilegítimo, pero además contaron con miles de balas que traspasaron y quebrantaron a tantos corazones de hombres, niños y mujeres valientes que no titubearon para expresar su oposición a esa sombra que es la injusticia y la hipocresía de cobardes como el dictador, que más que general llegó a ser como un soldado de plomo que a cierta temperatura se derritió y desapareció, por fin.
A los diez años conocí la cárcel porque ahí visité a uno de mis hermanos mayores, detenido justo la noche del golpe, en Valdivia. Rato antes escuchaba a mi madre que decía muy preocupada y nerviosa, ¡mataron al Presidente!, lo mataron en la moneda, murió el Presidente Allende. ¡Chicos, no salgan a la calle!. Mi hermano hoy sufre de sus riñones producto de culatazos y torturas. Mi padre sufre de carencias materiales por una vergonzosa jubilación que le otorgó el estado recién salvado. Esos años de escasez y pobreza los recuerdo bien, como los que vivieron tantos chilenos. Años de silencio, de miedo, de muchos disparos de patrullas y soldados vigilantes, representantes y al mando de un hipócrita que hoy es cenizas.
La realidad ha pasado como un sueño, pero no para todos, muchos no podrán despertar de la terrible pesadilla de no saber ni encontrar a los suyos, vagando en busca de respuestas, respuestas que se fueron con las cenizas de un traidor y cobarde paladín de la mentira y el odio. Qué pena, pero ese vacío es la resultante de su terrible existencia.
Luis Barrientos
E-Mail: luisbarrientoscor@gmail.com
Tel{efono: 83168997
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